La visita de Estado del presidente keniano William Ruto a China ha provocado una airada respuesta de parte de Estados Unidos, en el contexto de una lucha global cada vez más intensa por el dominio geopolítico sobre los recursos estratégicos de África.
La visita de Ruto a Beijingín en abril, la tercera desde que asumió el cargo, culminó con la firma de acuerdos por un valor total de 950 millones de dólares, abarcando sectores como la manufactura, la agricultura, el turismo y la infraestructura de transporte. Entre los más importantes figuran los planes para extender el ferrocarril de ancho estándar de Kenia (SGR) hasta la frontera con Uganda —un proyecto estancado desde 2019 por falta de fondos— y la ampliación de la autopista que conecta Nairobi con la ciudad de Nakuru, en el Valle del Rift, a través de un acuerdo de asociación público-privada.
Beijing y Nairobi firmaron 20 nuevos acuerdos de cooperación en áreas como ciencia, gestión del agua, comercio electrónico, transporte y formación profesional. Entre los acuerdos clave se encuentran 150 millones de dólares con China Wu Yi para proyectos de construcción, 400 millones en inversiones agrícolas lideradas por el Grupo Zonken en el condado de Baringo, y 230 millones del grupo Hunan Conference Exhibition enfocados en el turismo. La semana pasada, Benny Tea Industries de China anunció una inversión adicional de 100 millones de dólares en Kenia.
La visita de Ruto marca un nuevo fortalecimiento del papel económico de China en Kenia, en medio del aumento de tensiones entre EE.UU. y China. Tiene lugar mientras el presidente estadounidense Donald Trump impone aranceles arrolladores, cuyo objetivo es subordinar el comercio global a los intereses geoestratégicos de Washington. Tales aranceles amenazan con devastar la economía de Kenia, con la posibilidad de perder exportaciones por 838 millones de dólares si cae la demanda estadounidense.
Durante una rueda de prensa conjunta, Ruto elogió la infraestructura financiada por China, declarando: “Hemos logrado muchas cosas juntos”, y celebró la adhesión de Kenia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta como un componente fundamental en la “transformación” del país y en el fortalecimiento de la conectividad en África Oriental.
Un comunicado conjunto afirmó una “solidaridad China-África” como fuerza por la “estabilidad” global, planteando un frente común para defender a los “países en desarrollo” y promover una “globalización inclusiva”. En una entrevista con la Red Global de Televisión de China (CGTN), Ruto defendió el multilateralismo, en un claro golpe indirecto contra Washington: “Creemos que el multilateralismo ofrece mayores garantías y un entorno más equitativo para el comercio”.
El presidente chino Xi Jinping destacó el fortalecimiento de los vínculos con Kenia como respuesta a la “situación internacional turbulenta”, una referencia apenas velada al creciente cerco encabezado por Estados Unidos contra China.
La respuesta estadounidense fue inmediata. El senador Jim Risch, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, criticó a Ruto durante una audiencia titulada “África Oriental y el Cuerno: ¿En un punto de inflexión o de ruptura?”. “El mes pasado, el presidente Ruto declaró que Kenia, un importante aliado fuera de la OTAN, y China son ‘coarquitectos de un nuevo orden mundial’. Eso no es simplemente alineación con China; es lealtad”, advirtió Risch. Y agregó: “Depender de líderes que abracen tan abiertamente a Pekín es un error. Es hora de revaluar nuestra relación con Kenia y con otros que estrechan lazos con China”.
El mensaje es inequívoco: Kenia debe acatar las órdenes de EE.UU. o enfrentar las consecuencias. El pretexto elegido es la gastada narrativa de los derechos humanos. Risch declaró que “el aumento de los secuestros y torturas en África Oriental es más que abuso, revela la decadencia estatal y la impunidad”, una alusión apenas disimulada al régimen de Ruto, cuya brutal represión de las protestas del año pasado contra la austeridad del FMI dejó al menos 63 muertos, 83 secuestrados y 29 aún desaparecidos.
Esto es el colmo del cinismo. La misma clase política estadounidense que ahora se presenta como defensora de los derechos humanos en el Cuerno de África respalda el asalto genocida de Israel contra Gaza, que ha matado a más de 53.000 personas y destruido la infraestructura del territorio. Fue Washington quien recibió a Ruto con honores de Estado el año pasado, a pesar de su papel central en la violencia étnica postelectoral de 2007–2008, que dejó más de 1.200 muertos y medio millón de desplazados. Y fue Washington quien respaldó a Ruto durante el levantamiento masivo del año pasado que amenazaba sus intereses en la región, asesorándolo sobre cómo reprimirlo y apoyando el despliegue del ejército en las calles de Nairobi.
La guerra comercial de EE.UU. tiene como objetivo arrancar a África, América Latina y el Sudeste Asiático de la influencia económica de China, obligándolos a abandonar intentos de equilibrio estratégico. Sin embargo, como indicó el WSWS en un artículo reciente, “EE.UU. enfrenta un problema fundamental: no tiene nada que ofrecer a esos países en términos económicos”, y un alejamiento de China conlleva el riesgo de una “devastación económica que amenaza con desatar grandes estallidos sociales”.
La presión estadounidense no ha alejado a los Estados de la órbita de Pekín, sino que ha acelerado su aproximación. Kenia sigue ese camino, a pesar de que Ruto había encabezado la facción más proestadounidense de la burguesía keniana en los últimos años. Durante su campaña de 2022, Ruto criticó a China, prometiendo expulsar a los trabajadores chinos, revelar los préstamos opacos y controlar la deuda. Atacó al anterior gobierno de Uhuru Kenyatta por sus lazos con Beijing, alegando que la incapacidad de pagar los préstamos chinos amenazaba con confiscaciones de activos como el puerto de Mombasa.
Una vez en el poder, Ruto tranquilizó rápidamente a Pekín. En una reunión con el enviado especial chino Liu Yuxi poco después de asumir el cargo, prometió “reforzar y ampliar” las relaciones con China. Al mismo tiempo, Ruto profundizó los lazos militares con Washington. En 2022, desplegó tropas en el este del Congo para apoyar los esfuerzos estadounidenses por estabilizar zonas ricas en minerales para su extracción. También envió 800 policías de fuerzas especiales a Haití como parte de una fuerza mercenaria financiada por EE.UU. para reprimir el descontento popular y contener los flujos de refugiados.
El mayor logro de Ruto en sus relaciones con Washington fue asegurar que Kenia fuera designada como Aliado Principal fuera de la OTAN por la administración Biden —el primero en África subsahariana—, consolidando su papel como apoderado clave en las operaciones de seguridad lideradas por EE.UU. en el continente. Esta designación se alinea con la visión estratégica más amplia de Washington, que considera a Kenia —que alberga dos bases permanentes del Comando África de EE.UU. (AFRICOM) en Mombasa y Manda Bay, y será coanfitrión de la Conferencia de Jefes de Defensa Africanos de 2025— como un pilar central en la proyección del poder militar estadounidense en África.
Nada de esto importó a Washington una vez que Trump marcó una nueva etapa en la guerra económica. La lealtad de Kenia fue descartada y Ruto se vio obligado a reforzar sus lazos con Beijing. Incluso la operación en Haití enfrenta una crisis de financiación a medida que EE.UU. se distancia, poniendo en riesgo los salarios de los mercenarios kenianos y dejando pendiente un pago de 200 millones de dólares.
En el terreno comercial, Kenia esperaba la renovación de la Ley de Crecimiento y Oportunidades para África (AGOA), que otorga acceso libre de aranceles a los mercados estadounidenses. Sin embargo, no se ha llegado a ningún acuerdo. El tratado, que expira en 2025, sustenta la industria textil keniana de 500 millones de dólares. La imposición de aranceles eliminaría decenas de miles de empleos en las zonas francas de exportación, así como en sectores de apoyo como el cultivo de algodón y la logística.
Simultáneamente, Trump ha recortado la financiación de USAID, provocando la pérdida de 30.000 empleos en Kenia y amenazando servicios de salud esenciales, incluido el tratamiento del VIH para 1,4 millones de kenianos. Los suministros podrían agotarse en tres a seis meses.
En un intento desesperado por tranquilizar a EE.UU. sobre su lealtad, el secretario del gabinete de Asuntos Exteriores de Kenia, Musalia Mudavadi, declaró: “Lo que decía el presidente Ruto es acerca de una propiedad colectiva. Estados Unidos es una gran potencia, y China también lo es. Ambas naciones son importantes para nosotros, y seguiremos trabajando juntos”. Y añadió: “Esto no es un giro en la política de Kenia en detrimento de nadie. No estamos aquí para poner a un país en contra de otro”.
Estos acontecimientos deben servir de advertencia a la clase obrera en África y en todo el mundo. El vaivén de Ruto entre Beijing y Washington refleja los intentos de los regímenes burgueses africanos por equilibrarse entre ambas potencias. Pero las afirmaciones de los nacionalistas burgueses, partidos estalinistas y juntas militares en África Occidental de que el continente puede seguir un camino “multipolar” son una trampa mortal ante el estallido de una conflagración mundial.
El Partido Comunista de Kenia—Marxista (CPM-K) de orientación estalinista ha guardado silencio total sobre la visita de Ruto a China y sobre el acuerdo formal de cooperación firmado entre su Alianza Democrática Unida (UDA) y el Partido Comunista de China (PCCh). En el congreso del CPM-K realizado en noviembre pasado, el partido recibió con entusiasmo los saludos del PCCh, destacando su profunda alineación con Pekín. Esta orientación refleja los intereses materiales de las capas acomodadas de la clase media que el CPM-K representa, sectores que se han beneficiado ampliamente de las inversiones chinas en las últimas décadas.
Es necesario extraer las lecciones del pasado. Las luchas anticoloniales del siglo XX obtuvieron la independencia formal, pero no lograron derrocar al capitalismo. El resultado han sido décadas de dominio neocolonial, con élites africanas actuando como intermediarias de las potencias extranjeras. Hoy, en medio del colapso del orden mundial, una nueva generación debe asumir la tarea de completar esa lucha, esta vez sobre la base del socialismo internacional. Solo así se podrá asegurar que los recursos y la fuerza de trabajo de África sirvan a su pueblo, y no a los intereses de los capitalistas extranjeros o nacionales.
El camino a seguir es la construcción de un movimiento socialista unificado que vincule las luchas de los trabajadores africanos con las de sus hermanos y hermanas en EE.UU., China, Europa y el resto del mundo. Solo mediante el derrocamiento del capitalismo a escala mundial podrán los pueblos de África realizar sus aspiraciones de paz, igualdad, prosperidad y derechos democráticos.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de junio de 2025)